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Foto del escritorCarlos Burgues

El Pañal

 En memoria de George y Cristina



-Tienes la victoria asegurada, marico. No hay chance. De pana Chachi, no existe la mínima. Por fin, lo lograste, ¡pasaste el juego!


-¿¡Te puedes callar la boca y alejarte de la cónsola!?


Le respondí al imbécil, sin perder el foco. Seguía vivo y de primero, sopla’o en esa patineta a 200 por hora en la última recta para completar Tony Hawk Downhill Jam. Había repetido la pista al menos unas 40 veces y ésta era la primera vez que llegaba tan lejos. 


-Qué es Chachi, ¿te pongo nervioso?


-¡SHH! ¡CÁLLATE Y ALÉJATE!


Era un nível maldita sea-mente imposible: para no quedar eliminado, tenías que lograr doce triple-backflips bajando por una montaña rocosa, un derrapado mortal sobre los cableados eléctricos del funicular, y finalmente los tres giros 180º entre 13 torres residenciales. Claro, la CPU siempre lo lograba como Pedro por su casa y de paso, con un cohete metido en el culo tipo Buzz Lightyear estallando a toda velocidad en Toy Story 1. 


Pero ahora éramos sólo yo y una recta plana a la meta y el que me seguía venía lejísimo. Por fin sería mi primer juego pasado bajo la barrera de las seis horas. Nada WOW para los estándares de Elías, alias el devora juegos, que una vez logró pasar Pokémon Gold, Silver y Cristal en 12 horas, todas con las mismas baterías alkalinas doble A. Era una máquina enferma disparando teclas detrás de un Gameboy Color Púrpura transparente que se le veía todo el esqueleto. De tal palo está la astilla, dicen.


De vuelta a la carrera, estoy literalmente a metros de la meta y de pana no hay chance... Elías tenía razón. Me empiezo a sentir eléctrico y estoy a punto de pegar el grito de la victoria y empezar a saltar como un loco. 


De pronto, escuchamos las garritas de la bestia derrapando a lo largo del pasillo de cerámica, viniendo en nuestra dirección. En tono de preocupación:


-Chachi, Cleo creo que viene hacia acá.


-¡Shh! ¡Es sólo una pinschersita!


-¡Chachi, se acerca! 


Me dice el muy cabrón, sacándose algo del bolsillo y retrocediendo lo suficiente para llevarse el Wii por delante. El juego se detuvo y congeló a Tony con su nariz sobre la línea de la meta, echándose un pase de victoria, obligándome a tener que repetir el nivel.


-¡El coño de tu madre! 


Cleopatra entró a toda máquina. Elías ya se encontraba en pleno salto acrobático hacia atrás, mientras desprendía una lonja de jamón al aire simultáneamente. Tipo parodia de Matrix, aterrizaba de espaldas sobre el puf, mientras Cleopatra conectaba visualmente con su premio, olvidando el ataque contra mi amigo. 


-¡Si eres cagón, Cleopatra no hace nada!


Con el corazón acelerado, Eli me responde:


-Chachi, está vuelta un tanquesito del infierno y lo sabes. Le rompió dos dedos del pie a Monchi la semana pasada... y ahora venía con todo hacia mí. Menos mal que yo subo preparado para esta casa. Y verga, disculpa por cagarte la final, pero estás claro que técnicamente fue culpa de Cleo y lo sabes.


-Coño, Eli que vaina. No pienso volver a jugar esa mierda más nunca. Y por cierto, que asco ese pedazo de jamón – o lo que sea que hayas lanzado ahí.


-Tú sabes cómo es, hay que venir siempre con prevención. Era jamón de pavo, agarré un par de lonjas antes de subir porsia’. Menos mal. Y aquí tengo otra, mira...


-No, no. No quiero ver tranquilo eso, papá. Me da un poco de asco. Vámonos a dormir, estoy muy picado.


 Le dije mientras desconectaba la cónsola, lanzaba el control al sofá y me dirigía al cuarto, sin esperarlo. Elías se pegó atrás mío ya que no tenía opción - se quedaba en mi casa esa noche porque se había quedado fuera de la suya. 


-Coño Chachi, tenías que apurarte. O botar a Cleopatra. Ya la victoria era tuya.


-¿Puedes dejar de repetir que la victoria era mía, por favor? Claramente no lo fue. Vámonos a dormir que mañana salimos temprano con Miguel y Jeremías a la vuelta de la pelotica ‘e goma. 


-Sí sí, grandes Pu y Sasá. Y verga de pana, ojalá haya las de fresas. Huelen increíble y cuando las pateas salen con un efecto loco, jaja – coño, pero conseguir esas bichas se ha vuelto complicado. 


Pu y Saaá eran los sobrenombres Florideños de Miguel y Jeremías, respectivamente. A Eli a veces le decían La Gata o Summers. Yo coroné uno BURDA de masculino: Chachi.  Y en diminutivo: Cha. Cuando nos llamábamos en público, que si en el Sambil o entrando al cine, muchas veces la gente nos miraba algo extrañados. Pero bue’, una raya más pal tigre.


-Estoy claro, pero capaz en Éxito haya. Tengo fe. Hace falta un buen Cancha a Cancha en la piscina.


Cancha a cancha es una actividad donde hay un arquero en la piscina pequeña y dos equipos fuera, en un área cubierta de grama. El portero tiene el rol de árbitro y es guardián de su arco. Si le hacen gol, el equipo vencedor hace piedra papel o tijera para decidir quién portea, y el que estaba en el agua sale a jugar. La única excepción ante esta regla ocurre cuando se entrenaban los guardametas del Deportivo La Florida, a quiénes se les daba prioridad para quedarse siempre en el arco, afinando sus reflejos y habilidades. 


Desgraciadamente, Cancha a Cancha nunca llegó a ser considerado un deporte oficial por la FAFLO. Muchos de nosotros protestamos en reiteradas ocasiones contra la decisión arbitraria de James Ambisishark, presidente de la FaFlo, (Federación de Actividades Florideños) que públicamente rechazó la petición de admisión. Publicó en la Gaceta Florideña el 17 de Mayo del 2006: 


“Sugerida actividad es difícil de replicar en otros condominios, dificultando la creación de una Liga del Callejón Mañongo para este ámbito. No se ha establecido algún acuerdo sobre la pelota oficial de juego, la cual es una vaina rara. Además, en el terreno de juego existen obstáculos de alto peligro para los participantes.”


“Una vaina rara”, nagueboná, Ambisi, te pasaste.


Aunque sí tenía un punto con lo de los obstáculos, ya que había varias palmeritas y pequeñas regaderas de acero macizas escondidas bajo el césped que fácilmente podían escoñetarte el pie. Como le pasó a uno de los Lizarraga en el 98’, cuando sin culpa pateó el grifo y sus gritos hicieron que medio condominio se asomara y su madre bajó corriendo para llevárselo a la Clínica Metropolitana. La Junta del Condominio tomó nota del evento y esto siempre me hará pensar que arrinconaron al pobre Ambisishark cuando llegó nuestra petición, dejándolo entre la espada y la pared, poniendo su cargo en juego. 


James se autoimpuso su pseudónimo en el ’98, cuando se encontraba en las playas de las costas Australianas, practicando para su triatlón olímpico. Él cuenta cómo en pleno entrenamiento dio cara a cara con un Ambisishark – el tiburón dinamita -  y tal fue la adrenalina de James, que fue capaz de vencerlo en velocidad y destreza. Desde entonces vio la vida de otra manera y decidió adoptar el nombre en recuerdo del día que vivió para contarla. Entre otras cosas, esto lo llevó a dedicarse a una vida familiar y establecer una escuela deportiva en la cuna Florideña. 


A pesar de los buenos esfuerzos de James Ambisishark, el rechazo de Cancha a Cancha nos dio muy bajo a todos. Las vainas estuvieron bien calientes por un par de semanas. Nadie se cruzaba. No se practicó ningún tipo de deporte por quince días. Los Florideños estábamos en huelga. Y eso nos afectaba a muchos: Elías y el Teté estaban que se jalaban las greñas. Rigoberto se caía a peos en su sofá frente al televisor con el control del 64 en mano, forrando en plomo, cuchillo y minas a quién se le atravesara en Goldeneye – esta huelga le costó tres kilitos y medio. Dito, Happy, Jere y yo buscamos nuevas maneras de timar en Habbo Hotel – estrategias y alianzas que tuvieron sus altercados... hasta que a Monchi le regalaron la nueva Teamgeist, balón oficial del Mundial de Alemania 2006 y bórralo. 


No aguantamos más y activamos el terreno nuevamente; sería la primera vez desde la renovación del estadio en el 2001 que el Juan Antonio Pacherri pasaba más de 15 días sin acción. Curiosamente, ese día se impuso un nuevo récord – aún vigente – el cual grabaría mi nombre en las actas oficiales por siempre: “Autogol más rápido de la historia: Tito Marino a Carlos Burgués en 1.54 segundos. El arquero estaba tragando moscas al lado de la cerca cuando Tito desprendió un latigazo al arco desde el punto inicial del encuentro. Chachi saltó, estirándose lo suficiente para lograr desviar la pelota al poste, la cual rebotó, le impactó en la cara y terminó en el fondo del arco.”


-Bueno bro, yo me voy a acostar, ahí hay unos chores y una camisa para que duermas cómodo.


-Nah, tranqui. Yo duermo así mismo.


-¿Sin camisa, en jeans y medias?


-Seh.


Verga que flaco tan raro.


-¿Seguro?


-Seh, tranqui.


-Mmm... dale pues. Buenas noches, viejo.


-Buenas noches, Chachi. Que descanses.


-Igualmente.


Me doy media vuelta y me acuesto a dormir. 


El día siguiente, me despierto y Elías sigue guindado. Me paro a montar un cafecito y algo pa’l buche. Se venía un gran día; anhelaba mucho jugar Cancha a Cancha. Que sabroso era volar en el arco y caer en el agua –pero deseaba encontrar la pelota adecuada, de goma y liviana para que tomara efectos increíbles, incrementando la destreza requerida para detener el balón, convirtiéndote en gato en cada atajada. 


De la nada, mensaje de Jeremías:


-Abajo en 5. Tu Lobby.


-Tú si eres arrecho. 15 mínimo.


-7, BURGUÉS BURGUÉS. 


-Imposible que sean menos de 10, se quedarán esperando. Mira la hora, cabrón. Tu partido es como en dos horas.


-JAJAJA, dale marico, en 10 abajo, muévanlo. 


Regreso a mi cuarto con unas arepas que Martina nos había preparado para llevar. Ella también sabía lo importante que era este día para mí. Entro a mi cuarto con la arepa de Elías y pillé al cochino, al muy cerdo, sentado sobre mí cama inhalando una media aceitosa que tenía en su mano. Desafortunadamente, presencié en pleno acto como su frente se arrugó en repugno, pero al siguiente instante parecía ya simpatizar con la esencia y optó por seguir aspirando el calcetín. 


Se me revolvió la arepa, me subió un buchesito a la garganta, y ggg, pa’dentro otra vez, de vuelta a de dónde vino. Todo asqueado, me limpié un poco la boca aún cargada de ácidos estomacales y al acabarse ese desagradable instante, lo reprendí:


-Eres un puerco, Elías.


-Qué hijueputa. Jajaja, ¡no te había visto!


- Aquí tienes tu arepa. Muévelo que hay que estar abajo en 5.


Me le quedo viendo mientras sus manos dirigen las medias de vuelta a los pies. Le pregunté preocupado:


- ¿Te vas a volver a poner eso así? 


Silencio.


-Coño, mejor no, Chachi. Tienes razón. Préstame esas sandalias negras ahí pues, esas, las pumitas. Yo las lavo en mi casa si quieres. ¿O las vas a usar?


- No, no, tranquilo. No hay peo, ¿pero tú estás seguro de esa vaina? Yo nunca te he visto en cholas y jeans, jajaja.


-Seh, igual eso es 2T. Y de paso estaremos con ServiPu en su Explorer. 


-Bueno dale, como quieras. Lo que es mío es tuyo papá, trata de no volverlas mierda y un agua después del uso sí será agradecido.  Agárralas y muévelo, que Jere anda con un soplete en el ano.


Marco el ascensor y me dirijo al cuarto de mis padres para decirles que volvería pronto. Siempre han sido muy permisivos, pero tenía que reportar mis movimientos. 


-Vamos a dejar a Jeremías en su colegio y luego Miguel, Elías y yo vamos a comprar una pelota en Éxito.


-En Éxito, ¿carajito? Ahí venden pelotas, ¿mano? Coño, avisa si ves algo interesante. Ahora nos vemos.


-Dale perfecto, papá. Los quiero mucho. 


-Ci sentiamo, Mamma. Regreso en un par de horas.


Cerré su puerta y Elías ya estaba en el ascensor, sujetándolo desde adentro como todo un patán. 


-Grande, Eli.


Hacemos el descenso. Ya Miguel y Jeremías estaban esperándonos en el lobby de nuestra torre. Salimos por la puerta principal de la Torre Sur hacia el estacionamiento y aconteció algo espectacular.


Yo iba liderando, luego Elías, Jeremías y finalmente, Miguel. Era un día bastante soleado y sin ninguna nube en el cielo. Mientras nos dirigíamos al estacionamiento nos topamos con el señor Yorch que venía entrando hacia el lobby. Yo le extiendo la mano y lo saludo cordialmente, viéndole la cara y sonriéndole. Un gran tipo. 


Luego viene Elías – algo nervioso con adultos en encuentros sociales – y logra darle la mano de manera metódica, de forma lógica, pero justo cuando termina el saludo exitosamente, su instinto lo traicionó. Inconscientemente, Elías cerró su mano, convirtiéndola en puño – automatizando la nueva moda entre panas – el fulano “saluda puño”.


Yorch, bastante mayor, pero de espíritu fresco, ya se encontraba en plena rotación para saludar a Jeremías, cuando su reojo atrapó la imagen del puñito del imbécil. En plena gestión, el señor cerró su mano intentando completar el saludo a tiempo con Elías. A todas estas, Jeremías ya asumía el apretón de manos, sólo que lo que terminó apretando fue el puño cerrado del señor Yorch. Para hacer el momento menos extraño, Jeremías simplemente empezó a mover el saludo de arriba hacia abajo repetidas veces para afirmar un gesto de respeto.


Miguel fue el más sabio. Ante tal espectáculo, simplemente le dio un delicado abrazo junto a unas palmaditas de aprecio en la espalda. 


Se me hizo un nudo en la garganta. Me daba paja reírmele en la cara al señor Yorch - con la vez de Babababa había sido más que suficiente – qué vergüenza pasé ese día, compadre. Aguanté la respiración hasta el carro, y cuando entré, la liberé. Aunque sorprendentemente, fui el único en reír. Elías aún seguía confundido, Jere burda de pálido, y Miguel medio frustrado.


El viaje hasta la Unidad Educativa Teresa Carreño pasó volando. Con las ventanas abajo, disfrutando de la brisita mañanera y con la habladuría de peste a millón acerca del escenón que armamos con Yorch, nos encontrábamos en Guaparo en menos de lo que canta un gallo. Estacionamos la camioneta en el Teresa, ya que decidimos caminar un par de cuadras hasta el mega mercado. 


-Vamos y venimos, Sasá. Suerte ahí, largo.


Le dice Pu a su hermano menor de dos metros.


-Suerte Sasita.


Agregamos Elías y yo, al mismo tiempo. Ambos nos vemos, y reímos al mismo tiempo.


-Ah vaina, dense un piquito de una vez, cuerda ‘e maricos. ¿Vamos a ir o qué?


La voz de Miguel es escasa, pero sagrada. El Teté, Monchi y Elías, se irritaban con la “supuesta jaladería de bola” que “todos” le montábamos a Pu. Estos tres forjaron el famoso término “Bolumbio”, el cual se le denomina a alguien que figurativamente se balancea como un columpio de las bolas de otro, en cada ángulo posible, siempre sin cesar. Era un tema algo fresco y delicado.


La jirafa ya entraba al terreno de juego –quién estrictamente pidió no tener audiencia - y nosotros arrancamos hacia nuestra nueva meta. Miguel ya se había adelantado con su paso desenfrenado, seguía Elías con largas zancadas y finalmente, yo – sudando una bola en pleno caldero Bolivariano ya acercándose al medio día. 


La Avenida Bolívar en Valencia lleva unos veinte años destruida a causa de las construcciones del metro que a la fecha no han concluido. Dichas obras a veces dejaban aceras enteras sin uso y obligaban a los ciudadanos a pasar por encima de parches de tierra. Esto creaba filas indias autoimpuestas, a causa del espacio tan reducido. Con gente yendo y viniendo se naturalizaba un flujo único por vía – casi como una carretera de oriente. Esto ralentizaba todo, lo cual me ayudó para ponerme al paso con mis amigos.


En uno de estos desvíos, estábamos prácticamente caminando sobre la tierra de la construcción, y en eso veo el espejismo de un oasis sobre reflejado sobre un sutil oleado terroso. Reaccioné espontáneamente para advertir al líder de la fila. El resto ocurrió muy rápido.


-¡Pu, mosca ahí!


Miguel, siempre de primero en nuestra fila, reaccionando velozmente, logró dar un paso más alargado que lo habitual para seguir mi consejo. Sin embargo, Elías, que venía justo un paso detrás de él, ignoró la advertencia y puso el pie directamente sobre la amenaza fangosa, activando una pista de lodo.


-¡AYYYYYYYY! ¡CHACHI! ¡AYYYY!


Elías se convirtió un trompo chillón, a lo Bob Espoja en plena candela, pidiendo auxilio a la multitud Valenciana. La sustancia densa y misteriosa se le filtraba rápidamente por los tobillos, elevándose hasta sus batatas. El carajo batallaba por su equilibrio. Ojié la sandalia flotando dentro de la mezcla espesa, color Ovomaltina. La crema ya había hecho unos buenos emparedados de plasta entre cada dedo de su pie, incluyendo un gran relleno entre la planta y la sandalia. 


-¡CHACHI AUXILIO!


Tuve que reaccionar a tiempo para atraparlo antes que terminara yéndose de boca directo al charco. Ya una vez en control, tuve que jalarlo de las arenas movedizas, y observé con gran asco como surgieron inmundas burbujas aceitosas buscando respirar en la superficie. 


-¡Te odio mariquito, te odio! ¡Naguebona de ladilla, maldito jalabola! ¡¿No podías decir Elías también?! ¡NO! ¡Sólo Pu! ¡Móntale otro bolumpio de una vez!


La pumita negra logró salir del socavón, pero para mi sorpresa, vino con un cotillón adjunto. Pegado a la suela, un pañal abierto en el que claramente Eli había empotrado su pie para preparar una dulce merienda que ahora se alojaba hasta entre la mugre de sus uñas. Miguel, impactado por el caos y la escena le preguntó, 


-Bro, ¿esos es un Pamper que tienes ahí pegado? 


-¡¿Qué coño es un Pamper?!


- Coño, cálmate que la vas a empeorar – tienes un pañal pegado a la chola, bro. Probablemente tengas mierda también, déjame decirte. Tendrás que ver cómo te lavas en Éxito, porque así no te subes a la Explorer. 


-¡Coño de tu madre, maldito enano imbécil!


Me gritaba Elías, arrecho. Echándome la culpa a mí. Tildándome de adulador, cuando yo simplemente reaccioné ante una ilusión que terminó costándole un mal rato por sordo. 


-Elías, cálmate. Déjame ver si consigo un palo o algo...


-Muchachos, por favor abran paso, hay una fila de gente esperando para pasar.


Un señor buscaba pasar, pero nosotros estábamos bloqueando el paso. Pero una vez que Elías pasa el suiche, se le vuelan los tapones. Sin importar si es adulto, viejo o difunto.


-¡¿Señor, no ve que acabo pisar un charco de mierda?! Si quiere que le salpique un poco de zurra a todos, ¡adelante, le invito a que pase!


-¿¡Qué es, Elías!? Discúlpelo señor, acaba de pasar un mal rato.


Responde Miguel, siempre en parsimonia. 


-No se preocupe.


El señor logra pasar por un lado y sigue caminando.


-¡Me sabe a mierda todo! ¿¡Pueden ayudarme a quitarme esta puta cochinada de mi pie?! Marico Carlitos, de pana ésta me la vas a pagar.


Justo entonces, vi un gancho de ropa que alguien había arrojado y lo tomé para hacer peso al pañal mientras Elías buscaba zafarse. Se veían los hilachos de mierda estirándose hasta romperse y lograr liberarse por completo.


-Ahí está, Elí. Tú muy bien sabes que esto no fue a propósito, todo pasó muy rápido.


-Nada, Chachi. Te las estoy anotando.


Me imitó el gesto de Tarzan guindado de una liana en la jungla para describir gráficamente mi acto de bolumpismo. 


Respiré profundo. Elías iba echando pestes al aire, mientras subimos las escaleras para entrar al mega mercado. Elías seguía goteando mierda a diestra y siniestra. Miguel, el llanero solitario, ya nos había dejado atrás y seguramente ya estaría en la sección de fiesta en Éxito, en búsqueda de las canastas llenas de balones de goma con olor a fruta. Ansiaba demasiado estar ahí con él, pero mi sentido moral me hacía acompañar al hediondo al baño.


-Cha, vamos a ver si pegas una hoy y me cubres ahí.


-¿Qué vas a hacer?


Elías inspecciona el baño y me dirige nuevamente la palabra,


-Cántame la zona ahí.


-Dale, ¿pero, qué vas a hacer?


-¡Shh!


Elías mete el pie enzurrado en el lava manos y prende esa mierda a toda chola mientras que con su mano izquierda empieza a darle al dispensador de jabón líquido como un demente.


-¿¡Tú eres loco, marico!?


-¡Shhh! ¡Te odio, mariquito!


-¡Marico nos van a pillar!


-¡Me sabe a mierda! ¿¡No escuchaste a Pu!? ¡Si no me lavo no me subo a la Explorer!


-¡Baja la voz, que nos van a pillar!


-¡Cállate, jalabolas!


-¿¡Por qué dices eso si yo lo que traté fue ayudar!?


-¡Podías haber dicho Elías también!


-Nojodas, viejo, fueron cuestiones de milésimas de segundo y los sabes. A parte, no se puede ser tan descuidado en la vida. 


-Nada.


Los susurros comenzaron a elevarse en decibeles, al igual que el lavamanos donde Elías había decidido iniciar la catástrofe.  El baño quedaría clausurado de por vida a causa del aroma tan repugnante. El animal estaba encaramado sobre el lavabo, sin dejar de añadir burbujas al baño de espumas sabor chocolate. El agua comenzó a desbordarse hacia el piso. Elías se dio cuenta de la situación, pero no conseguía cerrar la llave. A lo lejos vi a unos oficiales del local comunicándose por radio y dirigiéndose en nuestra dirección.


-¡Marico, ahí vienen!


-¡Chachi, no cierra!


-¡No hay tiempo, ven!


-¡Coño!


Entré apresuradamente al baño, muy cuidadoso de evitar contacto con cualquier sustancia líquida proveniente del lavamanos que quedaría inutilizable de por vida. Me monto sobre la barra de los lavamanos y me acerco a mi pana, y comienzo a jugar con las llaves del lavamanos, sin tener éxito. Esto desbalancea a Elías, el cual tropieza hacia atrás, y cae piernas al aire, de espaldas al piso ya cubierto con su mezcla asesina. 


-¡Ahhh! ¡Imbécil, te odio! ¡Ayúdame!


En vista de los hechos, tuve que sacrificar un chispoteo de mugre sobre mis recién estrenados zapatos deportivos para extenderle la mano a mi pana. 


Cuando logré ponerlo de pie, observé cómo se elevaba bastante resignado, cabizbajo, con la espalda y los jeans empapados de la peor tarde de su vida. Ante tanto exalto, me quedé mudo. Ambos nos vimos, dejamos la llave prendida y salimos pirados del baño. 


Justo al atravesar la puerta del lugar, nos cruzamos con un oficial entrando a monitorear la situación. Aceleramos el paso y logramos distinguir su adecuada reacción:


-¡MIERDA! 


-No voltees, sólo sigue caminando. Sólo sigue caminando, Chachi. Pu eventualmente saldrá. Lo que has hecho hoy, no tiene nombre, carajito malcriado de mierda. 


-Tranquilo, Eli. Calma. Sabes que todo es un malentendido.


Le digo entre risas y nervios.


-No, no. No me hables más, de pana. Ésta me la pagas, Miley.


-¿Miley?


-Sí, Miley. Como Miley Cyrus en Wrecking Ball guindada de una bola de demolición – eres tú, pero guindado de las bolas de Pu.


-¿¡Vas a seguir con esa vaina!? 


Bajamos rápidamente las escaleras y ahí estaba Miguel, esperándonos, con las manos vacías.


-¿Y el balón?


-Nada bro, no había. Vamos a darle. ¿Y a ti qué te pasó?


-El loco se montó sobre el lavamanos y trancó esa vaina. Entré ayudarlo y se fue de espalda. No ha tenido un buen día, Pu. Déjalo tranquilo.


-La clase de bolumpio que este carajito te montó hoy fue monumental, Miguel. Vamos a darle. 


Miguel que empezó a cagarse de la risa ya dirigidos hacia el carro. El sol calcinaba los restos de pañal y secaba la porquería sobre la piel de Eli. 


-Mira Elías, te digo una vaina. Te voy a dejar subirte a la camioneta sólo porque eres como mi hermano.... y ustedes están locos. ¿no les dijeron nada?


-De vaina nos pillan. Entró un vigilante mientras nosotros salimos y pegó un grito de locos.


-Es que Pu, el olor es burda de desagradable.


-No me lo tienes que decir, Carlitos. Huele a correcaminos muerto.


-Mira Miguel, cualquier vaina Chachi y yo te limpiamos el carro.


-¿Chachi y yo?


Pregunto, arrecho.


-Claro Chachi, por jalabolas.


Miguel empieza a reírse y le mete picante a la conversa.


-Carlitos sabía exactamente lo que iba a pasar y lo planeó desde el inicio para joderte, estoy seguro. 


-Sí sí, yo sé. Estoy claro, clásic Cha. 


-Ah vaina muchachos, ¿de pana van a seguir?


Miguel vuelve a reír terminamos de llegar al carro. Ya Jere, estaba en frente de la camioneta, esperándonos.  


-¿Qué más Sasá, ¿cómo te fue? ¿Ganaron?


Jeremías niega con la cabeza, desesperado. 


-Ábreme y te cuento adentro, que tengo un calor de locos.


Dice Jeremías, sacudiéndose la camisa, mareado por el vaporón. Nos montamos en el carro, trancamos la puerta mientras que Jeremías activa de una el aire a millón, silencio.


-Aja, ¿entonces, Sasita, ¿qué pasó?


-No marico, la otra semi se prolongó porque se armó una coñaza y los árbitros decidieron suspender la final hasta...


Jere hace un gesto de total repugno y su rostro encoge cada esquina.


-¡Mierda, ¿qué es esto?! ¡Aquí huele a cadáver, compadre! ¿Dónde está? ¿¡Dónde está el muerto!? ¡Quiero verlo! ¡Muéstrenlo! ¡No, no, no! ¡Ustedes están locos! Abran las ventanas...me voy a asfixiar en este carro fúnebre. ¿QUÉ ES ESTO?


Silencio.


-Metí en el pie en un pañal con mierda oculto por un charco en La Bolívar por culpa del jalabola este.


-Ya va, ya va, ¡¿qué?!


Silencio nuevamente... 


Hasta que a Miguel se le peló un colmillito y al pillarlo, me fui en llantos de la risa - de esas terapéuticas que duelen y no te dejan ni respirar. Contar lo ocurrido se me hacía imposible y cada vez que lo intentaba, mis carcajadas automáticamente cortaban mi voz. Miguel mantuvo la cordura y sintetizó los hechos en un par de oraciones, resumiendo así uno de los más desafortunado casos vividos por el señor Elías Z’hirs Misterotic. Gracias por tanto, Eli.



FIN




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